La fábula sobre el Mesón del Mar

Hace poco leía una frase que decía: «trabajar duro por algo que no nos interesa se llama estrés. Trabajar duro por algo que amamos se llama pasión». Cuando se tiene pasión por algo, el compromiso viene por añadidura, la dedicación está presente, la responsabilidad, el esfuerzo, el empuje, la disciplina, el sacrificio, el brillo en los ojos… todo esto viene de serie. Y cuando tienes a alguien con ese brillo en los ojos, cuando tienes a esa persona delante que sabes que nada le va a parar porque tiene una fuerza interior especial que le da su pasión, cuando esa pasión se mezcla con lo que sabe hacer, con lo que el mercado necesita y con lo que puede capitalizar… entonces sabes que la aventura que va a emprender sólo puede acabar bien. Porque esa persona tiene un propósito. Y cuando se encuentra el propósito, la mitad del éxito está asegurado.

Yo creía que, para ser buen hostelero, me bastaba con saber hacer de camarero.
Me di cuenta de que no era así. Para ser emprendedor, parece que basta con saber poner en pié un negocio y ejecutar un plan de negocio. Eso tampoco es así. Las claves están en otro sitio. Están más bien en nosotros. En mi ejemplo de la hostelería para mi se llamaba desarrollo profesional. En emprendimiento se llama pasión.

Hay un proverbio chino que dice que «un hombre que no sonría no debería abrir una tienda». Realmente, lo que quiere decir es que un hombre sin pasión, no debería emprender.

Gracias por apoyar mi gran pasión profesional, que es ni más ni menos que los restaurantes que regento. La satisfacción es enorme cuando uno ve que gracias a sus clientes y a un equipo muy preparado y con pasión se logra la felicidad profesional, y por ende, la felicidad personal.